Mi pueblo
Hace 45 años que salí de el, y aún siguen los recuerdos de cuando era pequeña; es un pueblo con calles empinadas, de aspecto árabe y blancas casas, con terraos de launa y chimeneas. El clima es muy frío en invierno y veranos muy agradables.
Antes de las PASCUAS, como decíamos en aquellos tiempos se hacían las matanzas, que eran para los niños días inolvidables, ya que nos dejaban participar en todos los eventos, como el echar el garabato que siempre nos daban morcillas, pan y quizá algo de vino. Después venia el hacer una gran masa de pan de aceite, mantecaos, roscos y los exquisitos soplillos que es un dulce morisco echo con almendras, azúcar y clara de huevo más raspadura de limón. Nos llevaban de merienda a los cortijos cercanos y nos rifaban cuentos y cosas para que los niños lo pasáramos bien.
En agosto son las fiestas patronales del 24 al 26 y son de un gran recuerdo para mí. Cuando fui joven el día 26 era la corrida de cintas donde las mozas las bordábamos y los jóvenes las cogían subidos en las caballerías bien enjaezadas para tal espectáculo. En una carroza, adornada con muchas flores y mantones de Manila, esperábamos a que la suerte y el buen pulso hicieran que el pretendiente cogiera la cinta que con tanto esmero habíamos bordado. Cuando finalizaba la corrida nos subíamos con el mozo en la caballería, para dar una vuelta por toda la calle y plaza, donde estaban los asistentes y visitantes, y el joven lucía el trofeo y a la bordadora. Quizá por la ilusión de las cintas a mi me gustaba más el 2º día de la fiesta y a muchas de mis amigas.
Por la noche en la plaza había baile popular, donde nos dejaban ir acompañadas de alguna mayor y volver pronto. Al finalizar el baile los mismos “tocaores” con bandurrias y guitarras nos obsequiaban con serenatas, que eran deliciosas (ya que los gitanos de mi pueblo se las pintaban solos para esos menesteres). Después cada mozo contribuía al pago de su parte musical.
El 25 el Patrón puesto sobre sus andas y llevado por sus paisanos, recorría en procesión las calles, acompañado por los fieles y forasteros que esperaban sus vacaciones para esas fechas; la banda de cornetas y tambores, los cánticos y muchos cohetes y tracas que me asustaban bastante. Terminada la procesión, comenzaban los moros y cristianos, que los mozos interpretaban muy bien a pesar de no tener tablas ni madera de actores. Mientras en mi casa y en todas las del pueblo se hacía el arroz con conejo típico de todos los años y la fritailla con pimientos asados, tomate etc. más la carne de conejo. Aún yo sigo en esas fechas la tradición. De postre sandía, que todos los años de los pueblos de la costa llevaban un camión y se consumían todas. La siesta con primas, amigas y charla incluida no podía faltar. Por la tarde - y bien guapas o al menos lo intentábamos- a pasear y saludar forasteros, tomar algo en las pocas casetas que montaban, y esperar al día de las cintas.
Acabadas las fiestas comenzaba la recogida de los frutos del campo, en mi pueblo, las mujeres no iban al campo pero nos traían el trabajo a casa; quienes trabajaban con mi padre venían con los mulos cargados de cestas de higos, y nosotras los repartíamos en los paseros, sobre bolinas, que había en los terraos de launa para tal fin. Siempre pendientes del Cielo para que si llovía echar los toldos y proteger la cosecha que no se estropeara. Una vez secos se escogían para su venta los mejores, y los de peor calidad para los animales. Era un gran trabajo pero así es la vida en los pueblos que viven de la agricultura. La recompensa; que la miel de los higos nos dejaban las manos preciosas, lo de los guantes no existía.
También se hacían unos bollos de pan de higo, almendras, canela y aguardiente, ricos, ricos. Después venían las almendras, que se descascaraban, y cuando tenían buen precio se partían y se vendían, las cáscaras servían para el fuego y los braseros, ya que los inviernos eran muy fríos (y la calefacción sin inventar en mi pueblo). La recompensa, que las almendras rotas no se vendían y gracias a los árabes que nos dejaron un buen legado en dulces y embutidos, se hacían los exquisitos soplillos, las tortas de almendra, el bien me sabe, etc.
Llegan las vendimias y de los mejores racimos de uvas se hacían “cuelgos” que para los postres de las matanzas eran muy socorridos. Además con el primer zumo de la uva, llamado mosto, y unas calabazas especiales, partidas y sin cáscara, hacíamos el arrope; hirviendo en el mosto la calabaza, hasta conseguir su punto de hebra; este postre se podía guardar mucho tiempo ya que no se estropeaba.
De esta manera pasaba el tiempo en cuidar a los animales que teníamos más que “Noe en el arca”, desde ratones, gatos, gallinas, pavos, cabras, conejos, cerdos, mulos etc. Porque los inviernos nevaba mucho más que ahora y no podían traer el “pescao” que venía de la Rábita en banastas sobre la cabeza de las pescaderas. Las pobres mujeres debido al equilibrio que mantenían para no tirar la banasta, tenían un empaque y garbo en los andares, que las mejores modelos de hoy las envidiarían. Esta es la vida en los pueblos pequeños de la Alpujarra que se vivía cuando yo era joven, y recuerdo con gran cariño.
Antonia Rodríguez Lupiáñez
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