De Norte a Sur



      Cuando llegué del norte de Asturias a Motril, seria por el año 1959, venia de una ciudad importante como era Aviles, todo era allí progreso; al llegar a Motril me sentí triste, era un cambio bastante grande, lloré acordándome de lo que dejaba atrás, mis amigas, amistades. Pensaba que ya no podía realizar mis estudios, temas de trabajo que tuve que dejar, pero mi padre así lo dispuso, por su trabajo. Era técnico en el río Guadalfeo y se llamaban Las Campanas. ¿Por qué? pues se trabajaba dentro de esas campanas, con aire comprimido, era un trabajo un tanto peligroso.

     Lo que siempre recuerdo fue donde encontramos una vivienda, se llamaba El pasaje San Eduardo. Del norte al sur fue un cambio muy grande pero lo que más recordado por mi era sus olores de comidas, cuando pasaba por algunas calles, el olor a fritillo, pimientos asados, o pescaito frito, muchas cosas más; pues en cada región son diferentes los olores y sabores.

     Conocí gente estupenda, que en esos momentos me veía un poco desubicada, pero pronto hice mis amistades que se ofrecían para hacerme los momentos un poco alegres y es que Andalucía tiene esa gracia y esa cercanía, a los que veníamos de fuera.

     Quisiera recoger el secreto encanto de cada uno de los pueblos y ciudades donde fui una niña feliz. Asturias donde nací, Oviedo, Avilés, Salamanca por mi madre y Egea de los Caballeros por mi padre aragonés; fui y vine por ellos y llegué después a Motril ya para siempre. Tengo muy presente Salamanca, la tierra de mi madre, “Salamanca bonita” como dice una canción de Rafael Farina, arte y sabiduría, mucha ganadería; mi madre era modista y yo iba con ella a entregar los vestidos, un día fuimos por todo el campo, con los toros, vacas,… iba muy asustada. Íbamos a entregar la ropa que mi madre había cosido a unos señores ricos.

     Vivíamos en una pequeña aldea llamada La Cabeza, frontera con Portugal, ribereñas del Duero soñaba con ser bailarina clásica, desde que veía en revistas la imagen de una de ella soñaba con ese arte, pero solo fue un sueño. Amasaban el pan en hornos que tenían algunas familias para tener para la semana, había un pan llamado hornazo que dentro se colocaba chorizo, tocino curado o farinato -embutido parecido a la morcilla con calabaza-. En la casa de mis abuelos maternos había una bodega, me enseñaban a pisar la uva en el lagüelo; también se hacían matanzas y a los niños nos levantaban para ver como mataban al cerdo, hacían una fogata y allí asaban trozos de carne para comerlos. En el verano todo el pueblo se iba a la era a trillar, íbamos con un pañuelo en la cabeza con el sombrero para que no nos diera el sol, nos subíamos al trillo y a dar vueltas alrededor de la parva con el trillo tirado por bueyes. Cuando estaba ya el grano tenía que hacer viento para quitar la paja del grano y terminar de aventar el trigo, centeno o cebada; se hacía una fiesta y se tomaban chorizos de todo el cerdo. La mujer trabajaba mucho y parecían más mayores porque se vestían de negro

     Cada lugar tiene su embrujo, más o menos evidente pero son los ojos penetrantes y la pasión vigorosa de niña; el gusto, olfato, oído y tacto, los niños captan con facilidad lo más secretos encantos del paisaje rústico y urbano. La forma de ser de los nativos, olores y sabores de los días, de las noches, de la primavera y veranos; de los otoños y los inviernos. Podría recrearme en los recuerdos de mi niñez, en sus pueblos, en sus barrios, en sus calles y en sus plazas.

     Llegué a Motril ya adolescente, aquí maduré, encontré amigas, amistades y encontré el amor. Me casé y aprendí a querer a esta ciudad que es la mía. Nacieron mis hijos que son motrileños, bueno, ya me siento después de tantos años de aquí donde descansaré. Nunca olvido aquella sintonía de Radio Juventud de Motril de la Cadena Azul de Radio Difusión, porque fui locutora en la misma, de aquellos años de la década de los sesenta, por las mañanas al abrir la emisora dábamos el informativo y la música era:

     “No hay enero ni febrero en la Vega de Motril, porque nacen todo el año los claveles de Motril”. Dentro de esa etapa conocí a muchos compañeros. Me vienen a mi memoria los paseos de la calle Nueva hacía Las Explanadas rodeada por la Vega de Motril, sin ladrillos, sin esos bloques tan altos que taparon esos campos que en aquellos años sesenta se veían con sus cañas de azúcar, sus chirimoyos; me embriagaba con sus olores, muy cerca de la caña de azúcar se veía el mar con su olor a brea y salitre. Otro de mis recuerdos fue “La Casita de Papel” donde pasé muy buenos ratos. Un día fuimos a chupar la caña de azúcar en una finca de una amiga, justo por donde ahora está la Avenida Salobreña.

     Así que con todos estos recuerdos me siento motrileña de adopción y porque teníamos que emigrar buscando para poder comer todos los días y gracias a mis padres conocí Motril, me quede, me enamoré y me casé

Conchi Lacima

Comentarios

Pilar ha dicho que…
Hola Conchi,me ha gustado tu relato.
Gracias por compartirlo.
Un abrazo.
ANTONIA RODRIGUEZ ha dicho que…
Hola Conchi:valió la pena la espera de tu relato. Es muy bueno,
tus vivencias fantasticas y amenas.
Un gran saludo y el abrazo te lo debo. ANTONIA.
Maruja ha dicho que…
Conchi: he encontrado tu relato "De Norte a Sur" y me ha gustado mucho. No dejes de escribir. Besos Maruja.

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