RECUERDOS DE MI NIÑEZ
Los recuerdos de mi niñez hasta los seis años son escasos, pero afortunadamente placenteros, pues hasta esa edad, si bien los acontecimientos memorables para la mente de un pequeño no son muy copiosos, nos deleita siempre que nos invade el recuerdo.
No obstante, traer a la memoria todo el bagaje de acciones de que fuimos actores o espectadores en nuestra niñez, no es tarea fácil, pero que no cunda el desánimo, y sin pretender recopilar todo el pasado, expongamos algunos de los hechos, cuyas reminiscencias aún perduran.
Así, casi siempre que la niñez es objeto de nuestro pensamiento. se repite el testimonio de los mismos hechos, que son los que por alguna circunstancia, quedaron mejor gravados, y del contenido de algunos de ellos haremos el comentario de lo que aún nos queda.
Y si las apetencias de los pequeños son siempre las mismas, varían con el tiempo, pues si entonces se deseaba un patín, como mejor, hoy seria unos patines o un ordenador, etc. Pero el coleccionismo es muy común entre los pequeños y al que seguidamente me referiré.
Coleccionábamos estampas que traían los caramelos, quizás de futbolistas, pues el nombre de Múgica, si mal no recuerdo, era el que más apetecía por su rareza o escasez, y sobre ello comentábamos mi vecino y amigo intimo, del que me separaba sólo para dormir, pues a pesar de ser siete u ocho años mayor que yo, tenia la paciencia de Job para soportar al pequeñajo que le seguía sin descanso, andando o en brazos y sin alternativa.
En estas lides era corriente el intercambio de estampas, y hablando de ello, en la puerta de su casa y frete a la mía, dije a mi amigo, espera, voy a mi casa por el ejemplar que deseas y tan rápido quise servirle, que de vuelta, atravesando la calle corriendo, caí y me clavé un casco de vidrio de botella en el pulpejo que me hizo un rasgón, en forma de triangulo de más de dos centímetros de lado, que su cicatriz es aún el recuerdo imperecedero.
A coserme el roto, me llevaron mis padres a un médico de la plaza de las palmeras y la costura se me hizo a dolor, pues el galeno dijo que carecía de calmante, y no chillaba nada mi menda, más que si fuera grande.
Y claro, si yo era como la mascota que sigue a su dueño a todas partes, cierto día que mi amigo en mi casa, que también, para él era como la suya, se puso a beber agua, empinándose el botijo, pipote de arcilla roja, y yo, que no me separaba de él para nada, me puse debajo, embobado, viendo como bebía, a caliche, como se decía, lo que yo aún no era capaz, y querría aprender
Seguramente y no pensó o no me vio y cuando bajó el botijo, después de beber, y lo estrelló en mi cabeza de forma que, el circulillo de la base, dibujó en mi testa un semicírculo, también de cicatriz imperecedera.
Mi amistad con este chaval, sería causa del buen entendimiento entre ambas familias, pues para mi madre no había niño igual, y cuando ahora nos chuflamos, discutiendo, porque en ideas diferimos, me dice, con todo el sarcasmos bonachón que le caracteriza, no, si yo tenía que haber hecho caso a tu madre y haberte roto más la cabeza, haber si pensabas de otra forma.
Algunos días nos íbamos con los patines a la Posta, que era, entonces, el único pavimento liso en Motril, pues las calles todas eran de tierra y allí acudían muchos niños también con patines y carrillos de cuatro cojinetes, muy en boga y una delicia para la gente menuda, que venían a pasear y lucir su artefacto Los coches apenas si dos o tres los que pasaban al día, no había peligro, pero nos apetecía verlos circular y poníamos el oído sobre asfalto para denotar si algún automóvil se acercaba del túnel abajo, lo que nunca se conseguía.Y estos serian algunos de los recuerdos de mi niñez, que sólo expongo por la precisión de solo tres folios.
Sebastián Lorenzo Castillo
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