“Un sueño y una historia”



Un sueño y una historia”

Sucedió un día de septiembre, año 61 del siglo XX, tomábamos el desayuno en el trabajo en la Factoría Radio y Televisión IBERIA en Pablo Nou de Barcelona; un gracioso de los presentes le dio por hacer un gracia, y al pasar una joven poniéndole el pié, dicha joven cayó. Jamás consentí el maltrato a una mujer y le di tal guantazo que de por vida no volverá a hacer cosa igual.
A partir de ese día noté que la chica procuraba estar a mi alrededor, entendí que se sentía segura a mi lado porque era nada más que moscones a su alrededor; sin darme cuenta me estaba convirtiendo en su protector. A la salida del trabajo me esperaba hasta la boca del metro dirección San Andrés y yo continuaba para Badalona. Un día le digo: Quieres que te acompañe a San Andrés. Sus ojos brillaron con un resplandor y un nudo en su garganta que no podía decir si. De San Andrés tenía que ir andando una media hora hasta el barrio de La Trinidad y yo tiraba por los Cuarteles de Río Besoc, Santa Coloma y barrio de la Salud en Badalona donde viví.
Habían pasado unas dos semanas y ni tan siguiera le había preguntado por su nombre, lo cierto era que jamás había sentido lo que a mi me estaba pasando; no había cruzado media palabra, en cambio nuestras miradas se buscaban. No era consciente de lo que me estaba pasando, me sentía en una nube sin saber por qué. Creía estar custodiando a una muñeca.
Comencé a fijarme en ella y me decía: Pero señor, esto tiene que haber bajado del cielo. No era capaz de analizar cuán grande era su belleza: rubia, con pelo ondulaillo, ojos azules, unos labios como para comérselos; su cara era para pintarla y ponerla en un pedestal. Su cuerpo mirarlo era pecar, pero sus piernas me hicieron comprender porque todos la miraban; tenía un lunar en la pierna derecha parecido a una bellota y cuando aquellas piernas al andar se cruzaban, no sabía cómo ponerme para que nadie más la viera.
Un día de los que la acompañaba hasta la esquina de su casa, le eché mano al pecho a un hombre de unos 35 años y cuando ella se dió cuenta gritó: Que es mi cuñado! Todos me me parecían lobos y a quién resultó ser su cuñado le pasaba lo mismo. Ella con 15 años una niña, la menor de cuatro hermanos, pensaba que no me podía reír de ella.
Estaba tan dislocado que por las noches, debido a las estrecheces, dormía con un primo y queria besarla, el pobre de mi primo me arreaba cada castañazo. Le decía: ¿pero Susi, por qué eres así conmigo?. Un día me invitó a ir a su casa a comer, cuando llegué estaba toda la famili; me quedé más cortado que no me salía ni el hablar. El dicho cuñado rompió contando lo acontecido a ella, lo del guantazo en la fábrica. Me fui tranquilizando y miré por donde la que siempre será mi Susi después de la comida se sentía radiante de felicidad y se le ocurre darme un beso en la cara que fue su primer beso. Todos gritaron, sentí tal vergüenza que salí de la casa como si me habían puesto un cohete en el culo.
Un día me encontré con unos amigos catalanes y me hablaron de una fábrica nueva de televisión que estaba contratando personal especializado, me presenté, sacando mi plaza de encargado, hasta ese momento era el número 42 y vi que todos eran estudiantes de la Universidad laboral de Barcelona. y me indicaron acompañarlos; es decir, de ser un analfabeto me encontraba con una plaza fija que además de encargado en la avenida de Monserrat en San Andrés y por los problemas que le ocasionaba a mi primo, más Universidad Laboral, más mi buen amigo Carlos Estévez que vivía en la calle Montaner. Me fuí al número 48 muy próximo a mis estudios.
Los acontecimientos se sucedían uno tras otro y lo que menos le gustó a mi Susi, antes la acompañaba a su casa y ahora se invertía los caminos. Era muy inteligente y ya veía nuestro futuro. Ella también prosperó en Radio Iberia T.V., la hicieron probadora final y después jefa de la cadena de montaje.
A pesar de los cambios acontecidos sin darnos cuenta, nos hicimos novios planificando nuestro futuro; todas las semanas había un señor Martín que le pagábamos a plazos para un piso y para los muebles. Era imposible quererse más que nosotros nos queríamos, era una locura, una desesperación sin vernos de domingo a sábado, no podíamos estar el uno sin el otro., era una locura de amor.
En octubre de 1964 mi madre me manda una carta diciéndome que mi hermano Antonio había perdido una pierna en Australia y sin pensarlo se los digo a mi Susi y como siempre si yo entendía que tenía que ir pues adelante. Hablé con mi jefe el Sr. Masó que también era alcalde de Barcelona y me dice que adelante y que la casa está abierta para cuando quiera volver.
Todo fue tan rápido como la luz, el 19 de noviembre de 1964 me despedía de mi siempre amada Susi, acompañados por nuestros amigos albert y Carlos Estévez a las 10 de la noche desde la estación de Francia vía Génova con 33 días de barco en el Aquino Lauro. Creo que cometí el error más grande de mi vida, largo fue el viaje y más largo eran los días pensando en aquella dulce figura, con aquel vestido azul como sus ojos, la sonrisa y el salero que sus labios desprendían; su belleza no tenía parangón y cada día me decía: Susi mi vida sin tí no puedo estar yo.
De ejecutivo a cortador de cañas que duro cambio hice yo, le daba a las cañas con fuerza, como un soldado en la legión. Era tan grande mi pena que mi orgullo volver y para poder estar con mi Susi le pedí casarnos por poder. Cosa que su familia negó, o venía a España o se rompía la relación, que difícil fue para mi tomar tal decisión.
cuando ya tenía veintinueve años me consideraba un solterón y regresé y con una motrileña a los seis meses casé, fuimos de viaje de novios a Madrid, zaragoza, Andorra y Barcelona; donde recorrimos todos los sitios donde vívi. Vimos la esquina donde en el barrio de la Trinidad por primera vez a mi Susi acompañé y el cine Fabencia donde por primera vez la besé.
Es obvio que a quién ya era mi esposa nunca le pude hablar, cuantos años pasaron y de mi memoria no te fuiste jamás. Cuántas veces he deseado que ya no fue posible que a mi lado feliz pudieras ser, dieras con un hombre de tu querer, porque solo te hice daño, ¡Perdóname, mujer!
Rondando mis ochenta veo y recuerdo la película que vimos en el cine San Andrés, aquella escena de esplendor en la hierba por Warren Vitis y Raquel Well, aquello precioso; pero más grande fue nuestro querer y si cien años viviera no te puedo olvidar.
A los largo de mi vida muchas heridas recibí, a nadie culpo de nada, siempre tenía a San Cayetano que cuidaba de mí. De la referida escena es cuando las amigas de Raquel la llevaron a quién en su cabeza había sido el hombre de su vida Warren Vitis, se alegró de verlo, estaba casado y con sentimiento se llevó en su corazón al hombre de su vida.
Siempre deseé haber realizado la misma escena, aunque mi Susi no me viese y dañarla reviviendo un sueño que pudo haber sido y no fue. Fuimos Ascensión Fernández Escoriza y Juan Pérez Estévez, un sueño y una historia
Juan Pérez Estévez

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