Que diferencia tan grande hay de las niñas de antes a las de ahora...



     Que diferencia tan grande hay de las niñas de antes a las de ahora, en mi casa como éramos tantos, pues mi madre tenía que ser una santa, porque entre diez hermanos que éramos más mi abuela, mi tío por parte de mi madre y otro tío por parte de mi padre; éramos catorce bocas que mi madre tenía que alimentar y también la ropa que cuidar.

     Como éramos tantos en la casa, mi madre cuando veníamos del colegio comíamos esas migas o puchero que nos sabía a gloria celestial, nos mandaba a jugar a la calle y no volvíamos hasta la merienda que era pan con chocolate. ¡Qué bien lo pasábamos en la calle! Jugando al palimocho, cuando llovía al clavo en la tierra mojada; a piola, nos poníamos en fila y uno se agachaba y saltábamos por encima de él dándole con el tacón en el culo, el que se caía perdía y tenía que hacer el burro que así se le decía al que se agachaba. También a la comba, al diábolo y echar corridas por las calles y el que llegaba el último le decíamos cagueta; entonces no había coches por las calles y nuestra madre podía estar tranquila, pero era raro el día que no veníamos con alguna herida por las caídas porque la calle cuando llovía eran barranqueras arrastrando de todo: piedras, troncos y basura. Que felices éramos todo el día, si no había clase en la calle, ya cerrada la noche cuando volvíamos a casa, más de una llevaba un cuzcurro en la cabeza porque parecían osos de sucios que estábamos.

     Pasaron los años, ya teníamos edad para pasear por la calle Nueva que era todas las salidas en Motril, esto siempre de día porque por la noche teníamos que estar en casa sino había palos por estar en la calle. El paseo por la calle Nueva era llegar al Coliseo Viñas y dar media vuelta hasta llegar al Mediterráneo que era un hotel y el termino de Motril; porque allí empezaba la Vega, pasaba la acequia Gorda donde ahora está la Caja Rural, bueno, más adelante estaba la Casita de Papel que era un chalet, como era tan bonita los motrileños le decíamos la “La Casita de Papel”. Todo esto era un camino de tierra enfrente de ella ponían columpios en la Feria. Como no teníamos dinero, le dábamos botones que nos pedían él de los columpios y dábamos todas las vueltas que queríamos.

     A la edad de trece años la maestra me dijo que ya no podía ir al colegio, había terminado el “Lecciones de cosas” y ese era el último libro para terminar el colegio y además ya no tenía edad para seguir y mi madre me metió en un taller de costura para hombres; este taller estaba donde hoy está la barbería en la calle Sacristía. El maestro se llamaba de apellido Tapia, por eso le decían el Taller de Tapia, mi maestro era bajo, un poco regordete; sin embargo, su mujer era alta y por lo menos pesaba 150 kilos, no podía ni andar, cuando iba de viaje tenía que comprar do asientos en la Alsina Graes. Era muy exigente y a las modistas las trataban como si fueran sus criadas. En cambio el maestro era sencillo y cariñoso.

     En el taller estábamos María la “Gilica” que era oficiala, María Mota ayudante de la oficiala, Angelitas la “Farruca” oficiala, Maruja Valverde oficiala y así hasta catorce. Enfrente de la sastrería estaba la cárcel, en ella metieron a una familia francesa compuesta de tres hijos, tenían una hija de quince años guapísima, los señoritos de Motril iban a que le dieran lecciones de francés, pusieron su negocio de idiomas de francés; además los los jóvenes le regalaron utensilios de cocina, una hornilla para hacer la comida, vivieron como en un hotel porque los niños estaban todo el día jugando y los padres se sentaban en la puerta en una silla. Nosotras desde adentro veíamos todo lo que pasaba en la calle y como estábamos cerca de la iglesia sabíamos cuando se moría un hombre o una mujer por el repique de las campanas, si era un hombre daban tres toques, si daban dos una mujer; esto era casi todos los días.

     En el taller la que más cobraba era tres duros y las ayudantas dos pesetas, las aprendices nada; se entraba a las nueve de la mañana y se salía a las nueve de la noche; claro está que teníamos una hora para comer, pero cuando era el día de San Antonio se salía a las cuatro de la madrugada. Entonces se hacía un traje para las fiestas y en Vélez Benadudalla todo el pueblo venía a Motril a hacerse el traje para el este día tan señalado. En Motril era el día de la Virgen de la Carmen que era cuando los motrileños iban a la playa; también se iba el dieciocho de julio, esos tres días de fiestas era cuando se estrenaba en Motril

      Las modistas cobraban lo mismo si se salía a la nueve como a las cuatro de la madrugada y había día que se enteraba el maestro que estaban en Motril los inspectores de Hacienda y entonces se llamaba el comercio unos a otros para que echaran a los dependientes porque no estaban asegurados; el yerno del maestro era Pepe Grande, le avisaban por el teléfono y si el maestro no le daba tiempo a decirnos que nos fuéramos a la calle en unas horas nos metía en una habitación que tenía para dormir, como arenques estábamos.

     Angelitas la Farruca, María la “maestrilla” y todas las demás, sin poder hablara para que los inspectores no nos sintieran. María la “Gilica” siempre decían que nos trataban como esclavas.

     Cuando estaban las bullas de las fiestas yo era como las demás, nos llevábamos costura a casa para hacer algo más, como capotes de la Guardia Civil o los trajes de la Policía Municipal con su gorra incluida. Aparte del trabajo en el taller, lo pasábamos muy bien porque todo el día estábamos cantando y contando chistes, eso sin dejar de coser porque siempre estábamos vigiladas por Doña Amparo que así se llamaba la mujer del maestro. Podíamos cantar todas las canciones menos “María me quiere gobernar” porque decía Doña Amparo que eso lo cantábamos por ella.

      Como he dicho nos tenían como criadas, un día nos mandó a María Mota, Lolica la “Arriera” y a mi a comprar los avios del puchero, nosotras estábamos hartas de que nos mandaran a comprar porque éramos aprendices. Nos mandó a las nueve de la mañana y recorrimos todo Motril, que volvimos a las dos de la tarde que era la hora de salir, ¡Cómo se puso Doña Amparo! Nos echó una bronca que estuvimos un mes sin aparecer por el taller, yo aproveché para ir todos los día al cine porque mi padre estaba trabajando en la RENFE con carros, era el que repartía las mercancías en el comercio; le llevaba las películas al Viñas que era el dueño del cine y le dio un taco de entradas de distintos colores y yo iba todos los días a ver el color de las entradas y me llevaba todas las niñas de la calle, nos subíamos al gallinero porque en las butacas los que estaban arriba tiraban las cáscaras de los cacahuetes y escupían en la cabeza a los de abajo…




Lola Estévez

Comentarios

Maruja ha dicho que…
HOLA LOLA, ERA OTRA ÉPOCA MUY DISTINTA A LA QUE VIVIMOS AHORA. ME HA GUSTADO MUCHO. BESOS MARUJA.
ELSA MALPICA ha dicho que…
hola LOLA ME HA GUSTADO MUCHO TU RELATO
Anónimo ha dicho que…
Hola Lola me ha gustado mucho tu relato
Unknown ha dicho que…
HOla LOLa me ha gustado mucho tu relato
María Sánchez ha dicho que…
Lola he visto su trabajo y me ha gustado
MARILUZ JERONIMO ha dicho que…
Ola Lola me ha gustado mucho tu relato es muy orijinal es la situación de ese momento
Anónimo ha dicho que…
¡Hola Lola! Desde luego que eramos distintas, pero yo creo que las circunstacias son las que han marcado la diferencia. Me ha gustado mucho. Un abrazo: Maribel

Entradas populares de este blog

"Poemas", treinta y cinco pasos por los senderos del alma

Saludo al Buda que hay en tí

Caligramas y poesía