64: Cuentos, versos y ajedrecismos
Aficionado al ajedrez y a la escritura, venía
meditando desde hacía tiempo sobre la idea de compendiar en un único volumen
los cuentos, poemas y reflexiones acerca del noble juego del ajedrez, iniciados
en 1980. El interés por separar estos textos específicos de otros de temas
diferentes ha ido creciendo sin prisa y ha cristalizado naturalmente en este
proyecto.
He de confesar que mi amor por el ajedrez fue
tardío. Comenzó, de forma casual, un mes antes de mi décimo cumpleaños, cuando
los Reyes Magos le regalaron a mi hermano mayor un ajedrez que, por fortuna
para mí, nunca le interesó. Se trataba de un tablero de cartón, de notable
firmeza, con bordes que consistían en listones de madera grapados. Venía
acompañado de una caja que albergaba piezas troqueladas al modo del ajedrez
español, más sobrias y austeras que las célebres figuras Staunton que hoy ocupan
todos los tableros del orbe.
Al año siguiente, en 1968, me coroné campeón
municipal en la categoría infantil contra una treintena de adversarios que,
como yo, apenas sabía mover las piezas. Sin embargo, no pude progresar mucho
más en el juego porque no conocía a nadie interesado en el ajedrez, a excepción
de mi padre, que me enseñó lo más elemental, incluido el clásico, aunque no
reglamentario, movimiento inicial de dos peones de torre avanzando una casilla,
reminiscencia ancestral del desaparecido Ajedrez del mensajero, que
se jugó durante seis siglos en Europa.
La ausencia en el entorno cercano de otros jugadores
de mi edad enfrió mi entusiasmo, que no revivió hasta ocho años más tarde, en
1976, durante mi segundo año universitario.
En aquel entonces, las numerosas partidas jugadas y perdidas ante un amigo y compañero de piso, Manuel Martín Gálvez, reavivaron mi interés por este juego/arte/ciencia, que creía conocer, pero del cual, en realidad, sabía muy poco.
Con el tiempo, contribuí, junto a una veintena de
aficionados, a la fundación del Club de Ajedrez Motril, y llegué a ser su
secretario por un breve lapso de tiempo, con Manuel García Castilla como
presidente. En 1987, logré obtener un decoroso ELO FEDA de 2070 puntos, el
primero de mi ciudad natal, un sencillo logro del que me siento modestamente
orgulloso. Poco después, abandoné el ajedrez de torneo y a Caissa, dedicando mi
tiempo de ocio a otras musas, en especial a Erato y Euterpe.
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