TREVÉLEZ, MI PUEBLO





Voy a escribir un relato cortito sobre la Alpujarra y en particular de Trevélez que es mi pueblo, un pueblo precioso, tiene unas vistas muy bonitas, está compuesto de tres barrios: el Alto, el del Medio y el Bajo.

Sus dos ríos, el río Grande tiene unas vistas preciosas, muchas arboledas, muchas regueras con agua para regar las tierras que le rodea; el río Chico también tiene mucha vegetación y si vas por la pista que hay una carretera que llega al Barrio del Medio, hay una era que le dicen la “Era de la Cruz” que es un mirador, desde allí se ve todo el pueblo como para hacer fotos.

Hay una cuesta desde el Barrio Bajo al del Medio, empinada que llegas asfixiada a lo alto y también una pista que puedes ir en coche. Es un pueblo que está a pie de Sierra Nevada y se ve la Costa. Se curan jamones, el clima es extraordinario, el mejor; los embutidos, longanizas, morcillas, salchichón,… todo buenísimo; como hace tanto frío se curan hasta las palabras.

En verano no sientes no sientes ni el calor, te pones en una sombra y te da frío, el invierno ya es más duro, se queda una heliaca, las personas que viven allí lo pasan bien porque están acostumbradas con sus buenas calefacciones y estufas; pues encantados.

Sobre los hornos y el pan, el trabajo que antiguamente tenía primero tu padre o hermanos, tenían que ir al monte a por la leña para calentar el horno, llevar el trigo al molino para que la moliera; después levar la harina al horno, cenarla con un cedazo y por último hacer la masa en unas artesas que habían de madera grandes.

Nosotros que éramos siete, cuatro niñas y tres niños, pobre de mi madre, que artera de trabajar para tantos. Hoy los hornos no son trabajados, todo es eléctrico. Hemos sido una familia bien acomodada, nunca nos ha faltado de nada, mis padres y mis hermanos han trabajado mucho como animales, mucha labor. Las niñas nunca hemos trabajado con nadie, una de mis hermanas estuvo en Granada enseñándose para peluquera y ella me enseño a mí, pusimos una peluquería donde trabajamos las dos ganando bastantes dinerillos, en aquellos tiempos se ponían muchas permanentes de saquito, aquella que ardían y no había ninguna peluquería, solo la nuestra. Mi hermana se echo un novio granaino, se casó y se fue a Brasil. Yo seguí con la peluquería también me casé y me fui a Alemania y se acabó la peluquería.

Cuando estaba en el colegio aprendí mucho, era de las mas adelantadas, había dos escuelas, una en el Barrio Medio y otra en el Barrio Bajo; iba a la del Barrio Bajo, la maestra me apreciaba mucho, a mi me encantaba y me cogía un poco retirada, pero lloviera o nevara no me gustaba faltad; pues en el invierno lo pasábamos muy bien con una buena lumbre y toda la familia alrededor.

Si la mamá hacia unas migas por la mañana, todos alrededor a comer y por la noche si era cocido o estofado todos en la mesa juntos, era una maravilla; toda la familia unida, era una un tiempo muy bonito. Me acuerdo mucho porque éramos una familia muy unida, hoy ya es diferente, cada uno está en un sitio, cada uno con su vida, me gustaría volver.

En mi infancia tenia mucha amigas y todas las tardes salíamos a jugar a la rayuela, otras a la comba, otra al piyamilla; nos comíamos la merienda en la calle y lo pasábamos bien todas las amiguitas. Mis padres se quedaron con un cortijo que se llamaba “La Meseta Ramírez” y en el verano nos íbamos allí, estábamos tres meses. Resulta que mis padres se quedaron con una labor de sierra, porque éramos una familia grande, los tres meses de verano nos íbamos allí, aunque íbamos y veníamos al pueblo.

Mis hermanos estaban más porque había mucho ganado, por eso quiero contar que aquellos tres meses eran unas vacaciones, lo más bonito que recuero, rodeados de montañas, de ríos, de vegetación… Aquello era una delicia volvíamos nuevos al pueblo. Cuando se segaba el trigo y el centeno, mi padre metía gente; con dos mulos un una tabla en la que montaban alrededor de la era, era la trilla.

Habían muchos vecinos, nos reuníamos varias veces e íbamos de excursión por aquellas montañas, todo verde, muchas acequias; fuimos a la Laguna Bacares y otras más, así que me gustaría volver a aquellos tiempos tan bonitos.

Resulta que antiguamente en los pueblos se hacían matanzas, no todo el mundo, el que podía; pues se compraban unos cerdos, mis padres compraban tres a principio del año y se mataban a último y se compraban otros pequeños para otro año y así era todo. Pero me quiero referir que las matanzas eran una fiesta y además daban mucho trabajo.

Mi madre antes de matar se daba una harta de picar cebolla, cocerla en unos bidones muy grandes, moliendo las especies para otro día de la matanza hacer las morcilla.

Nos juntábamos familias de parte y parte, los cerdos los mataba mi padre, entre todos lo chamuscaban con ulaga que traían del monte; después los afeitaban, cuando estaban limpios ya a colgarlos en el techo y abrirlos. La sangre de la tripa, la asadura, todo lo dejan abierto del cerdo o cerdos todo ese día y noche.

La tripa se limpia para hacer morcilla, longaniza, salchichón y el lomo. Las costillas se hacían un aliño, un adobo, se metía en el unos días y después se freían y se metían en orzas y había para medio año. Y aparte los jamones, brazuelos, hojas de tocino, papadas; pues había matanza para tiempo. El día de la matanza se hacía unas sartenes de patatas fritas gordas con asadura y fritillo con un aliño, le decían “patatas de matanza”

Eso era para el mediodía, por la mañana café de cebada que mi madre tostaba la cebada en una sartén y después la molía en un molinillo que tenía, esa era el café que había y la leche, se tomaba con torta de aceite y estaba buenísimo.

Ese era el desayuno, también se tomaba anís y por la noche un estofado con la carne de cerdo, masa, morcilla, vino,… todo alrededor de la mesa, unos en la cocina otros en el comedor, nos juntábamos por lo menos veinte o veinticinco, la matanza era una fiesta.

Gracia Espinosa Exposito

Comentarios

Entradas populares de este blog

"Poemas", treinta y cinco pasos por los senderos del alma

Saludo al Buda que hay en tí

Caligramas y poesía