"Mi infancia"


     Desde pequeña todas las noches me quedaba con mi abuela María que era la madre de mi padre; antes que se hiciera de noche me iba para el barrio alto que era donde ella vivía; nosotros vivíamos en la puerta de la iglesia y muchas noches cuando llegaba ya me estaba esperando asomada a su puerta que era de dos hojas partidas, cerraba la de abajo y se asomaba por la de arriba.

     Apenas llegaba decía: Niña ya me tenías preocupada, creía que no venías.

- Y le contestaba: ya estoy aquí abuela.

     En el invierno nos sentábamos al brasero que hacía lleno de ascuas que le duraba hasta la mañana. Sentadas calentándonos, ella me contaba su juventud, yo la escuchaba con mucha atención; era una mujer muy expresiva y a mí me quería mucho. Ella me contaba que había tenido algunos hombres que la querían. Le gustaba mucho su marido, era guapo, alto, trabajador y sobre bodo que la quería mucho a ella.

     Se murió joven mi marido, me quedé con cinco hijos y decía: todos los podía tapar con el delantal de pequeños que eran, gracias a mi padre que estaba en la casa que fue el que me lo crío a mis hijos.

     Cuando nos acostábamos las dos juntas empezaba a decir las oraciones hasta quedarse dormida. Me despertaba para que me viniera a mi casa que tenía que ir al colegio. ¡Qué feliz estaba con mi abuela contándome todas sus historias!

     Mi madre me arreglaba para el colegio que estaba en la misma puerta de la iglesia, en frente del ayuntamiento y en los bajos estaba las clases de los niños, el recreo era la puerta de la iglesia, entonces no había apenas coches.

     Mi madre se asomaba por la ventana y me veía que estaba con todas mi amigas jugando. ¡Qué feliz éramos con tan pocas cosas!

     A media mañana daban leche de una que era leche en polvo, le echaban agua y hacían unos cubos y todas las niñas y los niños se ponían en fila, uno de los niños le echaba con un jarillo el vaso de plástico que ponían las niñas; pero a mi no me gustaba esa leche.

     Por la tarde en la merienda nos daban queso y mantequilla, la mantequilla si me gustaba, yo llevaba una rebanada de pan grandes tostado y me ponían la mantequilla.

     A la maestra le daba alegría vernos felices merendando, le decían leche de cura porque el cura les llenaba a los pobres el cesto de leche en polvo, mantequilla y queso a las familias que tenían muchos hijos y estaban más necesitados.

     La leche venía en unos sacos de papel grandes y el queso junto a la mantequilla en unas latas grandes amarillas con letras negras. El queso era amarillo igual que la mantequilla, quien no se lo coma el queso se lo llevaba a su casa; estábamos mantenidas al que le gustaba las tres cosas.

     Cuando nos daban las vacaciones ya faltaba menos para las fiestas de Santa Ana en Molvizar, la gente limpiando las casas, blanqueando las puertas y sacando los filillos del suelo con cemento para que estuviera todo limpio cuando pasara la procesión.

     Venían los feriantes y todas las fiestas eran en la puerta de la iglesia, allí ponían las caseta de tiros con la escopeta, si tirabas la bola te daban un caramelo redondo y gordo. Al otro lado la caseta de dulces de todas las variedades, en frente la tómbola y en el callejón de debajo de la iglesia el columpio de la noria; los feriantes le hacía andar con sus manos. Tenía en mi misma puerta, eso si pero no había quien durmiera; la tómbola ofreciendo premios, los columpios con la música, aquello era para volverse loca.

     El día de santa Ana tocaban a diana la música por las calles, a las once las santa misa con toda la iglesia llena de gente. Cuando terminaba la misa la gente se iba a la plaza del pueblo a ver la representación de “Los moros y cristianos”; toda la gente iba a verlos, mientras estaban la representación las niñas jóvenes iban con un hermano de Santa Ana y ponían las flores de papel a la gente, con una bandeja le daban un donativo para la Cruz Roja.

     Venían mucha gente de Salobreña a ver “Los moros y cristianos” , se refrescaban con helados que ponían “La valenciana” con un mostrador y un tordillo, vendían los helados dos mujeres y la dueña; había unas colas de gente. ¡Qué buenos estaban los helados con aquel calor y tanta gente!

     El último día de fiesta venían los artista a la plaza, ponían un tablado, todos llevábamos nuestras silla; cuando estábamos todos sentados venían camiones de Itrabo que tenían que pasar ya que no había otro camino, todos levantándose protestando; pero había que dejarlo pasar, tenían que seguir su ruta.



Carmen Prados

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Such a sweet dear story!
Maruja ha dicho que…
Hola Carmen, las abuelas las que no se olvidan y tantos buenos recuerdos tenemos de ellas. Besos Maruja.
Anónimo ha dicho que…
¡Hola Carmen! Buen relato el tuyo, las que somos abuelas nos sentimos muy identificadas. Un abrazo: Maribel.
Unknown ha dicho que…
¡Hola Carmen!tu relato es muy bonito, me recuerda las fiestas de mi pueblo tan cerca del tuyo, eso si,¡Sin alsina de por medio!
miguel angel ha dicho que…
Muy bonito y emotivo relato se nota que tienes madera de escritora sigue asi.Besos de parte de tu hijo Miguel

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