Fui creciendo, mis padres y mi abuela vieron como la vida se le iba arreglando
Quiero hacer un relato sobre mi niñez, lo que recuerdo… soy la segunda hija que nació de mis padres y, por desgracia, de poder haber sido cinco hijos al fin al fuimos cuatro porque mi hermano mayor, mis padres tuvieron la mala suerte que de la noche a la mañana, se les murió; fue el mismo día que cumplió un año, la gente que conoció a mi hermano decían que era tan guapo y perfecto que no era para este mundo.
El mismo día de su cumpleaños echó a andar y estaba graciosísimo, al niño no le pasaba nada, a las doce de la noche fueron mis padres a acostarse y se dieron cuenta que el niño tenía fiebre, en aquél tiempo no había urgencias y mi padre, en vista que al niño no se le bajaba la fiebre; pues se fue a despertar al médico y le rogó por todos los medios que viera al niño y el médico le dijo que se fuera, que por la mañana lo vería. Mis padres se fueron y pasaron toda la noche con el niño malísimo, hasta que se hizo de día y cuando el médico quiso verlo el niño murió en brazos de mis padres. Imagínense la tristeza y la impotencia tan grande que les pudo venir de la noche a la mañana, a mi padre se le metió en la cabeza que quería matar al médico, que el niño murió por culpa y falta de atención. Qué triste, ¿verdad?, pues eran un matrimonio humilde pero muy feliz.
Mi madre era hija única y siempre vivió con ellos mi abuela, mi segunda madre, y la mujer más cariñosa y buena que yo recuerdo; después de morir mi hermano, al que no conocí, mis padres decidieron tener otros hijo, la tristeza y la pena no la podían soportar y al quedar mi madre embarazada de mí, parece que volvieron a tener algo de ilusión, ya que a mi madre le gustaban más los niños que las niñas y ella tenía muchas ganas de que el hijo que esperaba fuera niño. Pero no fue así, vine yo, con tal sorpresa que mi madre se llevó al ver que era una niña y ella prefería niño, pero todo no acaba aquí, mi padre estaba loco con su niña, pero mi madre lloraba diciendo ¡qué pena! después de niña, fea, y mi padre le decía: Carmen, no digas que es fea, verás cuando pasen unos días por ella como se va a poner más bonica y vas a estar tan contenta; te prometo que nunca más se nos morirá un hijo por culpa de los médicos.
Fui creciendo, mis padres y mi abuela vieron como la vida se le iba arreglando y estaban tan contentos con su niña. A los tres años llegó mi hermano Manolo y a los tres siguientes mi madre volvió a dar a luz otra niña, mi hermana Angelitas, y pasaron cinco años, creía que mi madre no iba a traer más hijos, cuando quedó embarazada de la quinta hija, yo tenía once años y para mí fue una ilusión muy grande, la niña ya nació criada, pesó seis kilos.
Éramos cuatro hermanos, tres niñas y un niño; recuerdo el padrazo tan grande que teníamos, tanto miedo tenía a que nos pusiéramos malos y que nos fuera a pasar algo, que siempre se levantaba en la noche dos o tres veces; pues, fue nacer yo y mi abuela me acostó con ella y estuve durmiendo con ella hasta que me casé, si tengo que resumir en pocas palabras a mi abuela, no podría. Mi abuela fue una mujer maravillosa, siempre ha estado a nuestro lado y tenía un amor propio por sus nietos algo increíble, ella iba tan orgullosa con nosotros que siempre decía que nietos como los suyos no había, y yo le decía: Mamica, no digas eso, porque eso no es así. Ella me contestaba: pues es verdad, porque a mí me dicen que de qué señoritos son estos niños tan guapos y ella contestaba estos son mis nietos y son de mi hija; digo, la tía joía ésta, qué se habrá creío.
En fin, si sigo hablando de ella tendría para escribir un libro. Mi madre, como la tenía a ella, se dedicaba más a las tareas de la casa y para que no nos faltara de nada. Mi padre trabajaba en la fábrica San Fernando y en temporada de cañas entraba en turnos y la semana que le tocaba trabajar de seis de la mañana a dos de la tarde, le encantaba que fuera a llevarle el desayuno y a mí me ilusionaba mucho, pues entre otras cosas, había un niño rubio con pantalones cortos que todas las mañanas esperaba sentado en el tranco de su casa para verme pasar, pues nos gustamos mutuamente, porque a mí no sólo me gustaba llevarle a mi padre el desayuno y siempre me encantaba verlo aparecer con esa cara de satisfacción al verme, pero también me gustaba ver a Pepito, que con él conocí el amor, luego el destino nos separó, pues sus padres se fueron a Barcelona y, aunque él volvió a verme, ya no pudo ser, yo ya había conocido a mi marido, que fue mi gran y único amor.
Recuerdo que yo era una niña muy tranquila, nunca o casi nunca me gustaba jugar con las amigas, no me gustaba nada más que cortarle el pelo a las muñecas que mi abuela me compraba, hacerles vestidos y estar en mi casa aprendiendo cosas. Yo he sido una niña que desperté desde muy pronto el amor por mi profesión de peluquera, creo que ya nació conmigo, ya que nadie me enseñó nada. Cuando entré a trabajar en una peluquería que era de mi maestra Loli Ramos, a la cual la recuerdo como una persona maravillosa, ya entré de oficiala, y estábamos las dos tan contentas; pero ese tiempo duró poco, porque al ser la mayor de mi casa, mi madre me decía que tenía que trabajar en algún sitio donde ganara dinero, entonces en las peluquerías no se ganaba nada, sólo estabas por enseñarte, y me tuve que colocar en una fábrica de punto que tenían las hermanas Constanes, que vinieron de Argentina, fui una de las primeras niñas que entraron a trabajar en la fábrica, como teníamos turnos de seis a dos de la tarde y de dos a diez de la noche, en las horas libres peinaba por las casas y así, con el dinerillo que sacaba peinando, me compraba ropa y mis cosillas, y el dinero que ganaba en la fábrica se lo entregaba a mi madre porque hacía falta en casa.
Quería enseñarme a coser, me apunté al corte, en lo alto de la calle de Las Cruces, a mí me gustaba saber de todo más que estar en la calle jugando. Un día yendo al corte, pasé un susto de muerte, pues a la espalda de la calle de Las Cruces vivía un hombre al que llamaban “el loco las cebollas” y yo siempre le he tenido mucho respeto a esas personas, pero por lo visto, al “loco” le entré por los ojos y un día al pasar por donde él vivía, yo sentí como una persona me cogió del pecho con una mano y el cuello con la otra, y me cogió por detrás y cuando miré para atrás y ví que era el “loco” por poco me vuelvo loca como él. ¡Menudo susto!
Lo más gracioso fue que mi padre le denunció y le preguntaron que por qué me había cogido, y él contestó: pero si yo no iba a hacerle nada, es que el barco se iba y necesitaba una mujer para estar conmigo.
En fin, éstas son algunas cosillas puedo contar y os digo cómo del mismo padre y de la misma madre, pues éramos cuatro hermanos y yo la mayor, nací tan tranquila y según mis padres nunca le dí un mal rato, en cambio mis hermanos siguientes eran unos bichuchos que no inventaban nada bueno. Un día que traían una tarta para mi vecina que era su santo y no tuvieron más idea que decirse el uno al otro: ¿qué te parece si le tiramos la tarta y nos hartamos de reír?... Y así fue. Menudos rebotes se han llevados mis padres con ellos.
Es que siempre en una familia del mismo padre y de la misma madre, cada uno sale de una manera. El recuerdo más triste de mi niñez y el día más feliz, fue cuando tenía sólo diez años, murió un tío mío, hermano de mi padre, al que yo quería mucho y él a mí también; por lo visto yo heredé de él la afición a la peluquería, porque él era peluquero y ya tenía su peluquería montada y le faltaba terminar del trabajo donde trabajaba para ganar más dinero y montar su propio negocio, trabajaba construyendo un pozo y el último día que iba a trabajar tuvo la desgracia de caerse a ciento cincuenta y ocho metros de profundidad, y al pobre mío lo sacaron hecho tiras. Siempre le recuerdo y lo recordaré siempre pues lo quería mucho. Tenía veintiséis años. ¡Qué desgracia! ¡Qué pena!
El día más feliz de mi niñez fue el día de mi Primera Comunión. Mi madre me hizo un vestido precioso, porque al ser la primera, tenían una ilusión tremenda. Llegó ese día y lo recuerdo con tanta ilusión y con tanto cariño…¡Qué alegría cuando entré por la iglesia y vi a todas mis amigas, todas tan nerviosas como yo porque íbamos a hacer la Primera Comunión! Después había costumbre de llevarte por las casas de las vecinas y de amigos y familiares, y cada uno te echaba en tu bolsita lo que podía, así que yo estaba loca porque había cogido ¡300 pesetas!
Mi madre nos preparó una fiestecilla dentro de lo que se podía, pero yo recuerdo que terminé con los pies llenos de sobaduras y me senté en la mesa a esperar los discos dedicados que mi familia puso para que yo los escuchara. Pero como estaba tan cansada me quedé dormida con la cabeza encima de la mesa; mis padres me despertaron cuando empezaron los discos y me nombraron a mí. ¡Me puse a llorar de emoción al escuchar esas dedicatorias tan bonitas referentes al día más grande de mi vida! Pues para ser feliz en la vida no hace falta tanta parafernalia, yo he sido muy feliz a mi manera.
Mari Carmen Jiménez Esteban
Comentarios
UN ABRAZO DESDE EL 8º.A
El éxito en la vida consiste en seguir siempre adelante, adelante trabajando, siempre logrando, siempre buscando y aprendiendo.
Un abrazo.
Mari
Un abrazo,tu yerno Benjamin.