En el crisol de mis años bachilleres, en aquellos setenta de revoluciones y descubrimientos, me topé, como quien no quiere la cosa, con las greguerías...

 


          En el crisol de mis años bachilleres, en aquellos setenta de revoluciones y descubrimientos, me topé, como quien no quiere la cosa, con las greguerías y con RAMÓN, ese Ramón Gómez de la Serna, tan genial como esquivo. La literatura, que hasta entonces me había parecido un señor muy serio, incluso en su versión picaresca que más bien me sumía en melancolías que en risas, se vistió de repente de un traje nuevo, fresco y sorprendente. Fue más tarde, tras devorar la extensa recopilación Greguerías (1979), cuando descubrí que estos pequeños poemas en prosa no eran sino un excurso lírico alrededor de la metáfora, que, como sabemos, consiste en un «traslado» o «desplazamiento» de significado entre dos términos con intención poética. Pero lo que me fascinaba era que la metáfora no parecía solo una juguetería del lenguaje, sino un artefacto del pensamiento, capaz de forjar nuevas realidades y significados, y que podía tratarse no solo de una herramienta lingüística, sino de una arquitecta capaz de estructurar nuestra comprensión y experiencia del mundo.

           Las greguerías comparten el empleo de la metáfora, entre otras, con dos formas poéticas breves, muy queridas por mí: las kenningar, figuras retóricas empleadas por los poetas de Islandia del siglo IX a XII, admiradas por Jorge Luis Borges, y que no son otra cosa, en esencia, que metáforas puras, de las que se ha suprimido el término real y se sostienen únicamente sobre el término imaginario, y las frases poéticas o frasemas, enunciados líricos que siguen el modelo «metáfora + emoción». Las greguerías, por su parte, (que es de lo que trata este prólogo) obedecen al conocido procedimiento ramoniano de «metáfora + humor». Para Ramón Gómez de la Serna, las greguerías «son sólo fatales exclamaciones de las cosas y del alma al tropezar entre sí por pura casualidad». Estas «cosas» son objetos físicos o reales, no emociones o abstracciones. 

           El 6 de abril de 2019, decidí publicar la primera greguería en mi blog Otra vez Prometeo, bajo la etiqueta de Cantos greguerianos, con la que titulo el presente libro. En este volumen menudo se alinean cual soldaditos de plomo unos trescientos cantos greguerianos, escritos entre 2018 y 2023, siguiendo un orden casi cronológico.

          El greguerista cuenta en su favor con la predisposición activa del lector, siempre ávido de hallar el humor escondido en los pliegues de las greguerías, como quien busca trufas en un bosque otoñal, pero juega en contra de la concepción previa que tenga cada cual, porque el sentido del humor es un cristal de tantos reflejos como miradas lo observan, y cada quien lo percibe a su manera. Pasado el tiempo, incluso el propio RAMÓN cambió de criterio en relación con algunas características formales de sus greguerías e intentó evitar no solamente los textos más largos, sino también las greguerías de marcado acento lírico, difícilmente distinguibles de las frases poéticas o frasemas e incluso algunas de mayor gravedad filosófica o metafísica, similares a otros subgéneros literarios breves. 

           En todo caso, hay que tener en cuenta que las formas no solo evolucionan a lo largo del tiempo, sino que, en sí mismas, no son compartimentos estancos, sino esponjas permeables que se relacionan estrechamente unas con otras. 

     Espero que los lectores disfruten de la lectura de estas breves y amables metáforas tanto como yo componiéndolas.

Francisco C. Ayudarte Granados 


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