¡Quién te volviera a gozar como yo te gocé en mi infancia, Camino de las Cañas!
REEDICIÓN DE
CAMINO DE LAS CAÑAS:
A los lectores de
ayer y hoy
1. INTRODUCCIÓN
Me complace enormemente y considero un gran
acierto la reedición de Camino de las Cañas, que ve la luz tres décadas después
de la primera, bajo el cuidado de Gerardo Martín Rodríguez, responsable de la
editorial motrileña Puerta Granada y potente catalizador de la agenda cultural
del municipio más habitado de la costa granadina.
Esta flamante reencarnación en papel ofrece
algunas novedades que cabe destacar, tales como la esclarecedora introducción
histórica de Manuel Domínguez García, prestigioso historiador motrilense,
acerca de la transformación urbana de la calle Camino de las Cañas. También
incluye las hermosas ilustraciones con fondo sepia —el color del tiempo desde
el invento de la fotografía—, realizadas por Mar Aragón, acuarelista
internacional, motrileña de nacimiento y corazón, que iluminan la portada y
contraportada. Además, se ha incorporado la impresión de la presentación oral de
1992. Los textos posteriores, tanto el inspirado y certero prólogo del
dramaturgo José Martín Recuerda y los memorables poemas de Jesús, así como los
entrañables dibujos a plumilla ejecutados por el propio autor, que aparecen
como imprevistas áreas de descanso o miradores cómplices en el camino de la
lectura, se corresponden con fidelidad renovada al original que conocemos.
En Camino de las Cañas, la voz poética nos
transporta, en un viaje de ida y vuelta, desde un presente que transcurre a
finales del decenio de los años 1980, a una geografía y una época que podemos
identificar con el Motril de la segunda mitad de los años cincuenta y la década
de los sesenta del siglo XX. Situado en un espacio y período concretos, este
poemario continúa siendo actual y relevante. A través de su evocador lenguaje
poético, sus palabras siguen resonando en la memoria colectiva, conectándonos
con las emociones y experiencias de aquel entonces. Camino de las Cañas abre
una ventana a las nuevas generaciones, brindándoles una visión épico-lírica de
un tiempo cumplido cuyo eco llega hasta hoy; nos invita a reflexionar sobre la
fugacidad de las cosas y la importancia de preservar nuestra memoria y nuestra
historia. Aunque la sociedad ha cambiado, las emociones humanas y las experiencias
compartidas siguen siendo universales. Camino de las Cañas nos recuerda la
belleza y la trascendencia de la poesía como una forma de expresión atemporal y
hace latir el corazón de lectores de diferentes edades, seis lustros después de
su primera publicación.
2. SOBRE EL
CONTEXTO SENTIMENTAL DE CAMINO DE LAS CAÑAS
Camino de las Cañas, forma parte de lo que
podrían denominarse «topografías literarias motrileñas»[1]. Entiendo por
«topografías literarias» (del griego τόπος —”tópos”—, lugar y -γραφία
—“-grafía”—, de la raíz de γράφειν —”gráfein—”), escribir, es decir,
«escrituras literarias del lugar»—, esos textos líricos, narrativos o
ensayísticos, publicados en forma de libro y cuyo espacio literario se
desarrolla, de modo significativo, en unas coordenadas específicas que se corresponden en este caso,
obviamente, con Motril. En particular, Camino de las Cañas, junto a otros
poemarios y poemas topográficos publicados en la década de 1990, representa, a
mi juicio, de forma descollante y meritoria, el poemario más renombrado y leído
sobre la memoria emocional de la generación motrileña nacida en los años
cincuenta del pasado siglo, una generación que por primera vez en la historia,
merced al acceso a la educación y a la cultura que supusieron los dos
institutos levantados en nuestra ciudad, fue protagonista y testigo de cómo la
hija y el hijo del obrero, del agricultor, del modesto comerciante no estaban
condenados por el destino y la falta de oportunidades a heredar los oficios
humildes y esforzados de sus padres. Los poetas hacedores de aquellos poemas y
poemarios sintieron la necesidad imperiosa de volver la mirada hacia la
generación adulta de posguerra, la de sus padres y convecinos, y hacia el
modesto lugar que les vio nacer, y les cantaron con amor, gratitud y
admiración. De estos sentimientos emana principalmente el intenso, lírico y a
veces, por qué no decirlo, ingenuo idealismo épico que en ocasiones tiende a
endulzar algunos de los versos de estos autores con el sabor de la caña de
azúcar más que con el del sudor salado que cuesta extraerla de la tierra.
Sin atender a esta visceral y honda
motivación sentimental, que embargó a los aedos coterráneos nacidos durante la
década de los cincuenta del pasado siglo XX, y que giraba en torno al
reconocimiento del sacrificio y denuedo de sus ancestros y al vínculo con el
«tópos» que les vio nacer, no podrían ser del todo bien comprendidos estos
poemas, estas «topografías» épico-líricas, por las nuevas generaciones de
motrileños, algunas de ellas con antepasados procedentes de otras regiones del
mundo.
3. SOBRE LA FORMA
DEL POEMARIO
Acompañado puntualmente de citas de autores
de estilos muy diversos, pero que
coinciden en resaltar el paraíso de la infancia y la nostalgia del pasado,
Camino de las Cañas se distribuye en tres partes, precedidas de un poema
inicial y rematadas por una pieza final, que muestran una temática y enfoque
gradualmente distintos, con una progresión coherente que enhebra todas las
secciones.
El autor interpone entre él y los poemas un
narrador lírico protagonista, que se dirige al lector implícito en primera
persona, con una voz y mirada nostálgicas, a través de las que muestra
vivencias de la infancia y adolescencia, en el entorno cercano del hogar, la
calle y el barrio.
Escrito formalmente en verso libre de
tradición whitmaniana o, mejor dicho, leonfelipiana, Camino de las cañas, se
halla líricamente más hermanado aún, desde mi punto de vista, con el estro del
poeta Luís Rosales de La casa encendida o el vivo rescoldo del sustantivo y el
epíteto esencial (casi desnudo, como los hijos de la mar) de Antonio Machado.
Con estos y otros hilos, Camino de las
Cañas se abre paso al trote de los recuerdos, de manera lineal, orgánica,
creciente, desde la infancia hasta la madurez del poeta.
Los poemas de Camino de las Cañas, al igual
que la mayoría de la producción poética de Jesús Cabezas Jiménez, se significan
por no seguir una estructura métrica fija. Se presentan en versos libres y
dispuestos en párrafos, lo cual les confiere una sensación de fluidez y
espontaneidad. Estos poemas se caracterizan además por el uso de un lenguaje
sensorial y emotivo, que permite al poeta describir con gran detalle los
recuerdos y sensaciones que lo inspiran. En cada verso, Jesús Cabezas plasma su
mundo interior con sinceridad, dejando que las palabras discurran naturalmente,
expresando su visión única del mundo. Camino de las Cañas constituye un
verdadero ejemplo de libertad creativa y expresión emocional.
Para conseguir el ritmo prosódico y
semántico que conforma la materia prima de cualquier poeticidad, Jesús Cabezas
Jiménez se vale de recursos literarios tales como la anáfora, recurso
morfosintáctico con el que dan comienzo un buen número de las estrofas. Con la
misma frecuencia, emplea otros recursos literarios léxico-semánticos, sobre
todo metáforas y comparaciones, epítetos, imágenes sensoriales, hipérboles,
apóstrofes, personificaciones y preguntas retóricas, que crean una atmósfera
nostálgica y evocadora. Todos estos elementos, junto con la selección minuciosa
de los objetos sentimentales del hablante lírico, contribuyen a organizar un
estilo descriptivo y reflexivo al servicio de un lenguaje poético cuidado,
preciso, claro y directo.
4. SOBRE EL
CONTENIDO DE LOS POEMAS
Camino de las Cañas organiza sus diecisiete
poemas en tres secciones. La primera de ellas se ve antecedida por un apartado
INICIAL constituido por un poema titulado Soy juglar, que funciona como
presentación y declaración de intenciones.
Soy juglar habla de un tiempo pretérito que
se añora. El poeta se describe a sí mismo como un juglar que canta sobre los
instantes placenteros del pasado y es capaz de detener las «…manecillas / de
nuestro sistema solar» para recordar y paladear lo cotidiano, natural y
espontáneo de aquellos años.
Soy juglar de un tiempo vivido.
O quizás sea trovador
de un tiempo que nunca fue.
O tal vez sea cantor
de un tiempo que existirá siempre.
La primera sección, “I. DE LA CALLE”,
consta de tres composiciones que se centran en la calle, la casa y el entorno. El
poema que da título al poemario, Camino de las Cañas, describe, con un estilo
lírico y nostálgico, el acontecer diario de la calle de la infancia. El poema
comienza con el deseo del autor de volver a disfrutar de su niñez y
adolescencia en el Camino de las Cañas. Se mencionan diversas actividades y
sonidos típicos, como el pregón del afilaor, del pescaero, del vendedor de
chumbos, la campana de la iglesia, los graznidos de los vencejos. Luego, el
sujeto lírico revive la imagen de los atardeceres cálidos, las caravanas de
acarretos y las tabernas iluminadas por la luz de la tarde. El poema culmina
con la reflexión del autor sobre los valores aprendidos en ese lugar y cómo
todavía lo acompañan a pesar del paso del tiempo.
¡Quién te volviera a gozar
como yo te gocé en mi infancia,
Camino de las Cañas!
Despertarme cada mañana
con el pregón del afilaor,
o del pescaero,
o del vendedor de chumbos.
Sentir que el barrio tenía ya vida
a esas horas de la mañana, tan temprano.
Despabilarme con el toque quedo
de la campana de la Iglesia Mayor,
o de la Iglesia de las Monjas Nazarenas,
que se colaba, dulcemente, por la ventana
abierta de par en par,
por entre las sábanas.
Con el repiqueteo de un burro
que se dirigía presto, calle abajo, hacia
la vega.
Con los graznidos agudos de los vencejos,
que eran los primeros del barrio en
levantarse.
Volvías a casa describe el regreso al
hogar, después de jugar bajo la lluvia. El niño protagonista vuelve a casa empapado
de barro, con los calcetines comidos y el corazón lleno de gozo. La madre le
regaña por su desaliño, pero a continuación lo lava con ternura en una
palangana de agua caliente y prepara la cena. El poema culmina con la imagen
del protagonista, rendido, dormido y soñando.
Y te tenía preparada la cena
en aquella vieja y destartalada cocina.
Y allí,
calentándote en un brasero de carbón
que ella aderezaba con cáscaras secas de
naranja,
te la comías en silencio,
y empezabas a soñar,
y, rendido, sin fuerzas,
te quedabas,
al fin,
dormido...
El poema Podréis aborda el tema de la
identidad y la conexión profunda que existe entre el ser humano y su entorno.
El poeta medita sobre cómo, a pesar de que puedan intentar alejarle de su
hábitat, siempre llevará consigo la calle donde nació, la mañana soleada y
luminosa, el mar en el que creció, que forman parte intrínseca de su ser y lo
acompañarán en cualquier circunstancia, sin importar dónde vaya.
En la segunda sección de Camino de las
Cañas, titulada "II. DE LAS VIVENCIAS", se reúnen seis poemas en los
que el narrador lírico comparte algunas de las vivencias de su niñez. En ellos,
el hablante poético se sumerge directamente en sus recuerdos o se contempla a
sí mismo mientras convoca su pasado.
El Norte construye un «Norte» imaginario a
través de los relatos contados por un personaje adulto (el padre del narrador)
a sus hijos. Estos imaginan cómo sería el Norte y anhelan poder visitar esa
región algún día. En la composición se enumeran localidades y elementos
geográficos y naturales del «Norte», que contribuye a crear una sensación de
exotismo y espolea la curiosidad de los chiquillos coprotagonistas del poema.
Y así empezamos a fraguar en nuestras mentes
de niños que nunca viajaron,
en nuestra imaginación
de niños pobres de provincias,
toda una retahíla de nombres
y de idílicos lugares
que no conocíamos,
y que al recordarlos,
se nos llena la boca de infancia,
porque aún los recordamos,
porque quedaron indefectiblemente adheridos
a nuestra piel,
como el moreno del verano.
En Motorista de latón, el narrador lírico
indaga en el vínculo emocional que sentía por este juguete, fiel compañero de
aventuras, que describía círculos concéntricos en su portal durante las tardes
de verano.
Clase de geografía convoca los recuerdos
infantiles en el aula por medio de un montaje alternativo, que entrelaza la
enumeración cantada de los accidentes geográficos de España con la mirada
soñadora del niño protagonista. Una mirada que escapa a través de la ventana
abierta de la clase.
El Miño nace en Fuente Miña, provincia de
Lugo
(había un puentecillo de piedra rodeado
de almendros en flor, que más tarde se
convertirían
en allozas, preciado fruto de
colegiales...),
pasa por Lugo, Orense y Tuy, y desemboca
(mi clase tenía una ventana soleada
donde a veces se posaba un gorrión
inquieto...)
en el Océano Atlántico por La Guardia
(... que venía a comerse los trocitos de
pan
que yo le dejaba por la mañana
temprano...),
haciendo
frontera
con
Portugal.
El poema Álbum de Cromos subraya la pasión
de los niños de los sesenta por coleccionar álbumes de fútbol. El poeta cuenta
minuciosamente cómo corría a casa con los cromos obtenidos, el ritual de
adherirlos en el álbum utilizando harina de trigo, la felicidad que le
embargaba al completar la delantera del Real Madrid, la admiración que sentía
por aquellos héroes con camiseta y pantalón corto del «Barcelona club de
fútbol».
En Otoño, la voz poética muestra el paso
del tiempo. Las imágenes típicas de la estación, como las nubes, la luz
amarilla y gris del horizonte, el aire fresco y las hojas secas, llevan al sujeto
lírico a rememorar el espacio vital reducido de la niñez, aunque lleno de
sensaciones y experiencias inolvidables.
Y de nuevo, como cada año,
al contemplar al veloz vilano,
he regresado, sin saber cómo
ni de qué manera, a mi niñez.
Allí donde mi espacio vital
era tan reducido, que solo
estaba acotado por el aire,
que anunciaba la primera lluvia;
por el color grisáceo del cielo,
que mermaba a la tarde de juegos;
por los bolsillos rotos y llenos
de castañas del pantalón corto…
Sobrio y melancólico, Domingo describe un
día festivo lluvioso y tranquilo, con calles desiertas y un mundo vacío. El
poeta se siente triste, solo, débil y asustado, igual que en aquellos domingos
de su infancia, que también eran lluviosos, solitarios y tristes.
Las seis piezas que se incluyen en la
sección "III. DE LA REFLEXIÓN" se caracterizan por un enfoque
introspectivo, desde la perspectiva del adulto, que valora el pasado y el
presente, así como las experiencias de pérdida y ganancia que el poeta ha
vivido a lo largo del tiempo.
Con estilo sencillo y directo, y haciendo
un uso medido de metáforas y descripciones sensoriales, Logré dejar atrás evoca
la atmósfera y los recuerdos del barrio pobre que le vio nacer. El protagonista
lírico nos cuenta cómo logró salir de allí y obtener una educación
universitaria, pero también reconoce que las vivencias y enseñanzas adquiridas
en ese espacio han moldeado su vida y continúan siendo parte integral de su
ser.
El poema Barco de Vela expresa el anhelo
del sujeto lírico por volver a esa época de su vida en la que imaginaba
aventuras marinas y experimentaba una sensación de libertad indescriptible. Con
los versos coloreados por una ligera asonancia, el poeta recuerda admirado la
firmeza del rumbo y la liviandad de la estela de aquel barco, y se lamenta de
no poder subir a bordo y navegar en él para siempre.
Barco de vela,
barco de vela.
Falucho soñado
por mi infancia marinera.
¡Qué firme tu rumbo!
¡Qué liviana tu estela!
En Paseo por un Barrio, el poeta se detiene
a observar la vida cotidiana en un barrio periférico de la ciudad. Observa a
los niños paralíticos montando hábilmente en bicicleta, el riego de las aceras
con agua fresca, escucha las voces altisonantes, las puertas de las casas
abiertas y reconoce la gestualidad, el lenguaje y la gama de colores propios de
aquel espacio. El poeta cree estar contemplando su propia infancia y medita
sobre sus raíces, sueños y limitaciones.
Por eso no puede uno, sino sonreír
y acordarse de aquel niño que fue,
cuando este otro niño pequeño
con cara de golfo grande,
desvencijado como su barrio,
se me acerca serio, inmutable, ingenuo,
y me reta a pelearse conmigo.
Con esa valentía y espontaneidad
que solo brota
de los harapos,
de los churretes,
de la precariedad
y de la
pobreza...
Tu espada de madera representa los ideales
de la infancia del poeta, el cual esgrime esta metáfora para simbolizar la
transformación del protagonista, su cambio de perspectiva, la transición a la
madurez y la consiguiente pérdida de la inocencia. Se trata de una reflexión
sobre el paso del tiempo y la evolución de las prioridades y valores en la
vida.
Ya no empuñas, Jesús,
tu espada de madera.
Aquella que blandiera
tu parva mano de niño,
feroz y titánica tizona
que venciera en mil combates.
(...)
No, tu mano ahora parece como más débil,
algo más cansada, distinta tal vez.
Esa misma mano con la que escribes este
poema
la utilizas ahora,
para acariciar un rostro,
para dársela a tus amigos,
para enjugar el sudor
de tu frente amplia de treinta años...
El poema Hace tiempo defiende la idea de
que los aprendizajes esenciales de la infancia, las vivencias y las emociones
perduran en la memoria y moldean la perspectiva del ahora. Se trata de uno de
los poemas más feraces y sugerentes del poemario, repleto de colores,
plasticidad y significado.
Hace tiempo, mucho tiempo,
que yo aprendí a distinguir
la ragua de los canutos
dulces. La tierra, del mar.
El secano, de la vega.
El levante, del poniente.
Aprendí que hay muchas ramas
en el monte, mas ninguna
valía para hacer arcos
con la flexibilidad
y la esbeltez de la adelfa.
Que no había mejor flecha
que la del frágil carrizo.
Que la dirección del viento,
puede variar el vuelo
que te dirige hacia el blanco.
En Qué lejos el hablante lírico expresa su
tristeza por la distancia que le separa de los años vividos, pero también
señala cómo esos recuerdos permanecen cerca de su mente y en su corazón.
Todo parece igual. Y sin embargo,
todo está lejos. Todo permanece
intacto de como yo lo aprendí
en aquellos días claros de infancia.
Y sin embargo, todo se encuentra
celosa y distantemente guardado
al refugio de los gélidos vientos,
en cierto lugar del que solo yo
poseo la llave que abre sus puertas.
Camino de las
Cañas se cierra con un apartado “FINAL” que incluye un último poema, a modo de
balance y conclusión.
En He vuelto, el poeta evoca con nostalgia
su pasado y reflexiona sobre la importancia de regresar a los lugares que
marcaron su infancia y juventud, en este caso, el Camino de las Cañas. El poema
destaca la obligación del poeta de ser fiel a sus raíces y transmitir a través
de la poesía las vivencias y emociones asociadas a estos lugares, ya que
representan un mundo que está desapareciendo.
Hoy he vuelto al Camino de las Cañas
porque la más suprema obligación
del poeta es ser fiel a sus orígenes.
Hoy he vuelto al Camino de las Cañas
porque alguien estaba obligado a hacerlo,
porque alguno de nosotros tenía
que cantar la luz de sus arrabales,
el olor a melaza de sus patios,
aquel esclavo mundo de la caña:
amargo por fuera, dulce por dentro.
5. CONCLUSIÓN
La reedición de Camino de las Cañas nos
ofrece una oportunidad única de explorar y disfrutar de una obra literaria que
mantiene su plena vigencia. El paso del tiempo, ese latido arrítmico del
calendario, le ha sentado bien. Camino de las Cañas mantiene encendida la
expresión perdurable de sus versos, que emocionan a los amantes de la
literatura, sin distinción de edad ni procedencia, tanto por su valor literario
como por los valores humanos que contiene.
FRANCISCO
C. AYUDARTE GRANADOS [2]
Motril, 12 de
abril de 2023
________________
[1]
Hace aproximadamente diecinueve años denominé «TopoGrafías» a este tipo de
textos líricos, narrativos o ensayísticos, en los que el espacio se constituye
en sujeto/objeto literario. Una relación de este tipo de creaciones, situadas
en el espacio textual y mítico de Motril entre 1990 y 2004, sin pretensión de
ser completa, puede aún leerse íntegramente (con la autorización verbal
concedida en su momento por los autores) en la sección TopoGrafías sitio web
Prometeo en la Red - Edición electrónica de creación y pensamiento, que tuve el
placer de diseñar y desarrollar a lo largo del año 2004.
[2] Para acceder a
la Biobibliografía, clic aquí:
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