Donde guardan las nubes su almohada

 


Allá en la montaña,

sobre la alta cumbre de los años,
donde guardan las nubes su almohada,
se agolpan las nieves del recuerdo,

que fluyen convertidas en palabras
por las secas laderas de la sierra.

Sesenta veces ha cantado la cigarra.
Se evapora el rocío de la vida
como la estela blanca
se disipa tras la popa de los barcos.
Igual que la mañana
abandona al viajero en su refugio.

O como hila la última mortaja
el gusano de seda viejo
que de vivir no se cansa
(en los senderos de los valles,
aún crecen las plantas
y está despejado el cielo).

El sol, flor sagrada,
se marchita vestido de púrpura
hacía el oeste. Los mirlos apagan
las voces vespertinas del ocaso:
rescoldos fríos de la imponente llama.
No temo el paso montañoso

de la muerte, la efímera cáscara
del mundo. Me consuelan
las noches del invierno en calma,
la ausencia de cualquier angustia,
la belleza sin dueño de las aguas,
el destino de una nube errante.

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