Había una vez, en el pasado siglo un burro, pequeño y peludo llamado platero, que por cierto era abuelo de la burra Pastora


          Había una vez,  en el pasado siglo un burro, pequeño y peludo  llamado platero, que por cierto era abuelo de la burra Pastora, esta que nació en un pueblo de la provincia de Huelva, llamado Moguer allí vivió pastora los primeros días de su vida. Aquí en Motril hacia falta el trabajo de las bestias, para sacar las cañas de las asas de la vega. Hasta allí se dirigió un famoso gitano, este era alto delgado y con una poblado bigote, el cual   se encargaba  de traer bestia de toda Andalucía. Cierto día llegó con la nieta de Platero, mi padre le llamó la atención, esta pequeña pollina, que era blanca como una nevada. Allí estaba bajo el Puente del Toledano, junto a otros animales. El corredor se puso en contacto con mi padre, le enseñó la dentadura del animal, la guía con todos los informes. Así que se compró por setecientos cincuenta reales.

          Pastora se encontraba bastante cansada, de unos nueve días de viaje, no tenía aparejo, ni la jáquima, por lo que era impersindible de hacerla su aparejo. Por eso pasamos por el talabartero, para hacerle  un traje a la medida. Del cerón se encargó mi padre en hacerlo de pleita, así quedó la pollina lista, para las tareas agrícolas.
Su establo estaba preparado de una mula que hubo antes. Allí en su nuevo domicilio descansaba todas las noches, por el día miraba curiosa por la ventana, por donde entraba una pareja de negras golondrinas, que a veces cantaban sus dulces melodías, era curioso, en ocasiones se posaban en su lomo y ella ni se inmutaba, era tranquila, sencilla  con todos los animales.

           Algunas mañanas le ponían la jáquima, después le llevaba al pozo de la casa, para darle de beber, sacando con un cubo y una gruesa cuerda y con su correspondiente carrucha, este se llenaba algunos inviernos hasta la boca. Al pasar por la gigante higuera, a pastora le gustaban los morados higos que se caían al suelo. Los pajarillos revoloteaban por las ramas, cantando sonoras melodías sin descanso.
Esta tarde calurosa del mes da agosto, el sol se va poniendo plomizo, la hermosa luna, acaba de aparecer, Pastora va pisando su sombra entre los romeros y los tomillos, que apenas dejan pasar, el cerón va arrastrando su cargamento de las almendras. Las cañaveras se cruzan en el arroyo, por donde fluye un pequeño chorro de agua cristalina, ella se  ve en la sombra del agua, no quiere pasar le da un poco de susto, le cojo del ronzar y la hago que cruce mojándose las patas.

          Cuando cogemos las algarrobas, a Pastora le atamos a la sombra de dos centenarios algarrobos, ella se entretiene en buscar el negro fruto que ha caído al suelo rojizo que ha caído esa noche cálida.
Por la primavera, cuando las mondas se encontraban en auge, en la vega de Motril, yo le bajaba por la carretera, hasta llegar donde estaban las mondas, que estaban cortando las cañas dulces. Pastora se entretenía en comer  algunos cabos, de estos que después le cagaba, para traerlos al cortijo. Salía por los caminos de la vega, con su pequeña carga, pasaba por las calles de Motril, las chozas de San Antonio, tirando de su ronzar.
¿Cómo se movía?—con su carga verde, el sudor le resbalaba por la por la cara, eran unas finas gotas, que se perdían en el firmen de la carretera.

          Unos días antes que faltara el pan, mi padre o yo poníamos unos restos de trigo en el serón y partíamos hacia los molinos de Motril, que se encontraban en el camino de las Ventillas estos que funcionaban con el agua de la acequia, a veces, había  que venirse sin la molienda y bajar en otro día. Casi siempre el pan se cocía por la tarde, cuando el horno empezaba a humear, con las abulagas y tomillos. Después un olor a pan invadía toda portada del cortijo, lo primero que se probaba era la torta a la llama, que tenía un sabor exquisito, después los panes que salían humeando, y al día siguiente a la tarea de trabajo. Yo la dejo, y ella me lleva al destino que prefiero, rara vez se equivoca, cuando llega a la centenaria encina, le gusta rebuscar las dulces bellotas, que en la noche se han caído al suelo, le cuido como a una más de la familia. Ella no protesta, cuando se cansa se pone triste, pero no dice nada, siempre huye de los burros, no quiere saber de ellos, porque un día se la abalanzó uno y lo pasó muy mal.

Pastora ha pasado esta mañana por la fuente de la higuera, allí en el pilar ha bebido del agua que mana por la teja del nacimiento. Pero aunque ella  junta  los dientes cuando bebe, se le ha metido una santígüela debajo de la lengua, ¡que mala suerte! A las tres horas, se le ve triste, preocupada y callada. Le he visto que de su boca caen unas pequeñas gotas de sangre, le he abierto la boca, allí dentro tiene el animalito, que se ha hinchado, igual que una negra morcilla. ¡Que trabajo costó extraerla! Ella no quería abrir el acceso, en un descuido, con el pañuelo, le agarro fuerte y de un tirón se la arranco, es enorme, quizás la más abultada de las que había visto hasta ahora,

          Aquella fresca tarde de Octubre caminaba pastora por el camino cargada con un poco de leña, para hacer de comer en casa, el sol estaba dorado. Allá en el horizonte el celeste del sol que se fundía en mar. Una leve brisilla hacía que las hojas moradas fueran cayendo de los almendros. De pronto se presentó una veloz liebre que sin pesar saltó por encima de la carga Pastora, detrás la perseguía tárraga  la perra a poca distancia. ¡Que susto pasó la burra que no se lo esperaba! Fueron momentos de tragedia, por parte de la astuta liebre, que se vio atrapada por la cansada tárraga.
Cuantas horas había que andar, para ir a recoger las amapolas, que se encontraban en medio del trigo de la sierra, allí ella pastaba a placer. ¿Qué flores tan rojas? Parecía una sábana púrpura que se extendía en la hoya altera, rodeada de pequeñas encinas. Fueron momentos que se quedaron gravados en la mente de mi adolescencia y juventud, unos años que pasaron a la historia. Ahora a más de sesenta años, queda la nostalgia y recuerdo de lo vivido en el campo, pasear por el durante más de diez años que tuvimos a la pollina que se hizo adulta, ahora que se van a cumplir los cien años de platero.


          Pastora, un día se marchó por el mismo camino de donde llegó, por el puente del Toledano de motril, ella fue cambiada por un mulo, se alejo en un silencio de despedida anunciada, cansada de trabajar, atrás quedaron esos años de trabajo incansable que llevamos en paralelo. Los que le conocimos tenemos el honor de recordar una parte de historia, los que lean comprobaran las dificultades que se hacían en los cincuenta del siglo pasado, hoy se me ofrecido la oportunidad de escribir este recuerdo, cuando contaba con diez años de edad, cuando empezó esta historia un saludo... 

En Motril, a 8 de Noviembre del 2014
 Manuel Escañuela Rodríguez

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