Aquel verano de 1972...
A primera hora del día, cuando el frescor de la
mañana ensancha los pulmones, un grupo de curiosos rodea a los pescadores en
cualquier playa del litoral. Los marengos se afanan en la sacada del 'copo', y
arrastran hasta la orilla las redes con la captura del pescado más pequeño que
ronda la orilla al amanecer. Es temprano y todavía no hay sombrillas en la
arena, pero 'el copo' es casi una atracción turística. Varios pescadores se
dirigen mar adentro en una pequeña barca de remos. A unos trescientos o
cuatrocientos metros de la playa dejan caer la red, agarrada en los extremos
por largas cuerdas que luego utilizaban para tirar de ella hacia la tierra.
Casi con la misma expectación que los pescadores, los 'mirones' esperan el
resultado de las capturas y se arremolinan en torno a los copistas cuando los
extremos de la red asoman cerca de la orilla. En los años 80, el copo y la
captura de inmaduros ya era una práctica prohibida. En el año 1983 el FROM
lanzó una conocida campaña de concienciación en contra de la pesca de
inmaduros: «Pezqueñines, no gracias»
Todo lo que se podía
desear (1985)
Después de comer, su madre le cortaba una buena rodaja de
sandía. Recordaba el frescor de las gotas recorriendo sus mejillas y sus pies
llenos de arena. Compartían almuerzo y largas sobremesas con los abuelos, los
tíos, los primos y los vecinos porque casi todos volvían a la Playa de Poniente
cada año y se habían convertido casi en una familia, al menos durante un
caluroso mes. Le encantaba aquella casa que no tenía paredes. La había
construido su padre con cañas de maíz y chapas de madera. Su madre se había
llevado una mesilla de noche, las camas y unas cortinas y la abuela había
traído sus pájaros y sus plantas, «así no tenemos que molestar a los vecinos»,
le había dicho. Él comía su sandía mirando hacia el agua azul y salada. «Una
casita como esta viene a salir por unos veinte mil duros», oyó que su padre le
decía a un periodista que se había interesado por esa curiosa manera de
veranear. No tenían luz eléctrica, ni falta que les hacía, pero el agua
corriente acabó por llegar y se ahorraron el cargar con los bidones para beber
o fregar los cacharros. Cuando terminó la rodaja de fruta, cogió el cubo y la
pala y se fue a la playa. No era mucho, pero tenía todo lo que se podía desear.
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