“JOSÉ ESTÉVEZ RUBIÑO UN HOMBRE DE HISTORIA”
Nació a final del siglo XIX, su
fotografía y perfil ya dice que íbamos a tener por su buen hacer a un hombre
que a lo largo de su vida la historia tenía que hablar mucho de él. Por sus
formas de comportamiento, explicarte las cosas de tal manera que tenías que
entender su misma fotografía por fuerza. Si la miramos detenidamente vemos un
buen parecido, ojos fijos llenos de inteligencia y cara de buena persona.
Hombre muy querido por las adversidades
de la vida, no obstante fue esa persona que no es capaz de dar un desplante
para nadie, siempre tenía un hilillo de sonrisa que parecía irle todo muy bien.
Tengo la gran suerte de poder demostrar
con sus escritos de su niñez, con fecha de 1911 de 23 de noviembre, es decir
tenía unos once años escribiendo dictado como analista cultura, es evidente que
esto nos estoy preparado para analizarlo; pero dentro de mis posibilidades
tengo mi criterio personal.
Desde niño que demostrado que era un buen
alumno y además en sus escritos hacía referencia de su maestro Don Eustaquio
Salas, lo que demostraba sentir admiración por su maestro y su interés en la
enseñanza; su caligrafía y su dictado ya dice lo que era, lo que fue y lo que
podía haber sido.
Tenemos escritos y con fechas de ciudades
como Barcelona y Astorga que no habrían sido muy de su agrado visitar.
A este, para mi gran señor , tuve la gran
suerte de conocerle cuando aún tenía cinco años, es decir en 1945; era verano y
por esas fechas mi padre, que vivíamos
en Motril, nos subíamos a Los Tablones para recolectar los cereales y las
almendras, y mientras mi padre estaba en sus faenas yo hacía el recorrido familiar. Entre ellas como no
podía ser de otra manera estaba mi abuela
paterna Carmen Esteban Montilla y mi María Lozano Castillo parte
materna, en ese trayecto había y hay muchos cortijos (y están), sus
habitantes todos eran familiares y a mí
me encantaba saludarles porque siempre tenían unas palabras muy agradables para mí. Frases que siempre
estarán en mí memoria.
Por las tardes me convertía en espía y
asechaba a los que por distintas causas fueron retornados en la posguerra
maldita, para todos digo que los asechaba acercándome a los distintos sitios
donde ellos creían que nadie les
escuchaba. Y creían estar a salvo, no eran tiempos de poder reunirse libremente
y como niño despistado y canturreandillo, tirando piedrecillas al agua que
transcurría por el barranco de la Higuera me aproximaba a ellos y los
escuchaba. He de decir que a la cita acudían de los que hasta hacía pocos años
se tenían que tirar a matar por los distintos bandos y que a pesar de todo eran
hermanos y además familia.
En mi observaciones veía que todos hacían
la misma pregunta, siempre dirigida al mismo, como si él fuese sabedor de todas
las cosas, dando siempre una contestación, me daba cuenta que lo hacía como
quién está necesitado de cierta palabra que él quiere escuchar; eso si, siempre
quería hacerles comprender que aquello fue un error y por tanto un error.
Era un hombre muy delgado con unas diminutas
gafas que creo que las utilizaba para leer, porque cuando hablaba, creía que te
miraba por las gafas y lo hacía por encima, las dejaba caer a media nariz y se
convertía en una calculadora viviente. Mientras uno le estaba diciendo algo él miraba siempre a la cara, su contestación
siempre convincente y llena de sabiduría que en su contestación a su oponente
le parecía que eran palabras caídas del cielo.
Era lo que futbolísticamente se dice un
crac y no podía ser otro que José Estévez Rubiño, un hombre muy sufrido por las
circunstancias de la vida. Tuvo que abandonar a su esposa y sus cuatro hijos:
Antonio, Carmen, José y María. Todos ellos muy dignos de tal padre. Un hombre
que desde entonces entro en mi vida y trascurridos unos años, mis padres regresaron
a dichos Tablones para vivir y lo que nunca había ido a una escuela mire por donde este maravilloso hombre daba
clases por las noches. Los meses de septiembre, octubre, noviembre y diciembre
de lunes a sábado y de ocho a diez de la noche; a la luz de un carburo por tres
duros al mes.
Es evidente que su sacrificio se
convertía en una ayuda familiar; pero quien recibía sus lecciones, los que nos
beneficiamos fuimos sus alumnos de tan sabía cultura y principios para nuestra
andanza en la vida.
De sus clases salieron varios buenos
alumnos, entre ellos su hijo Antonio que
también dio clases. Por su ubicación a todos los de la parte del barranco
Calonca y de ellos salió un buen alumno: Cecilio el de Rosica y de nuestro hombre
salieron varios, uno Andrés Pérez que continuo sus estudios en Barcelona
llegando a ser ingeniero técnico industrial.
Disfrutaba mucho en las clases, éramos
varios grupos y distintas edades y cuando se disponía a dictar problemas me
miraba como de costumbre por encima de las gafas y con el dedo en la boca: ¡A
callar!. Esto sucedía porque antes determinar el problema yo le daba el
resultado, eso sí por la cuenta la vieja, no me podía contener; y la verdad sea
dicha a mi mismo me daba pesar por la diferencia de edad de mis nueve años a hombres
para irse a la mili. Al final me aceptaron, siendo la masota de todos ellos.
Mi amigo José Estévez además de sus
clases nocturnas, trabajaba en el cortijo
de el Colorado y Calonca con Don José Ortega, siendo su hombre de
confianza, llevándole sus cuentas y administración. Él tenía un bancal en el
barranco de la Herrería, justo encima de la fuente y tal como llegaba del
trabajo cogía su cantaro de agua y al barranco a por su agua y su huerto; a los
pocos minutos estaba como él. De momento me decía problemas, me dictaba las
reglas de ortografía, no lo pasábamos muy bien y personalmente me decía cuanto me
habría gustado parecerme a él, es más después de los años continuo
diciéndomelo.
Su hija María, muy buena costurera, se
casó con José el de Francisco y posteriormente se fueron a Barcelona y al poco
tiempo se fueron sus padres con ella; como no podía ser de otra manera a pesar
de sus años. De momento le dieron trabajo para llevar las contabilidades de las
Comunidades de Regantes y su último trabajo fue de Director de un banco. De
siempre se ha dicho que las verdades no pueden ser a medias y en este caso a mi
me sucede.
Anteriormente decía que controlaba la
hora de José Estévez para estar con él, después
tenía grandes disgustos con mi padre porque según él todo aquello no era
nada más que perdida de tiempo y tenía que elegir las lecciones de mi gran
maestro o un correazo de vez en cuando.
Si, tenía que elegir porque mi padre sentía como celos de aquel gran
hombre y pensaba que estaba perdiendo a su Juan, me rompió más de un libro de
ortografía, aquel de Miranda Podadera y otro que era muy útil: Álvarez. Digo
que tenía que elegir entre ser analfabeto como mi padre o emprender mi propio
camino.
En mis reuniones, algunas veces le
preguntaba qué opinaba de política y se ponía muy serio; pero como siempre daba
la cara y midiendo sus palabras decía: “La política es muy marrana, las
personas que lo son para mi dejan de ser personas porque no siempre dicen la
verdad”. Así lo entendía y lo entiendo, un político no tiene escrúpulos en
mentir.
De la familia José Estévez y su esposa
Carmen me une una gran amistad y un inmenso cariño y ellos así me lo
demuestran, de sus cuatro hijos diría aquello de “que dedo me corto que no me
duela” y sus nietos han salido a la estirpe. La Carmencita la veo muy de tarde en tarde, viven en Castell de Ferro,
pero cuando me ven corre a darmen un beso. Rosita hija de Antonio, lo mismo,
todos son extraordinarios.
Tengo una deuda con José Estévez Rubiño y
conmigo mismo y es que no me perdonaré el no haberme despedido de él y no
haberle acompañado en su fallecimiento, mi deuda con él para mi es inmensa, de
lo poco que sé, se lo debo a él y por todo ello a Dios le pido que lo tenga en
su Gloria y mi mas grato recuerdo será eterno.
Juan Pérez Estévez
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